Los años pasan, pero el ajedrez nunca deja de estar de moda. Los orígenes de este juego clásico no están claros, se apunta a veces a la India y otras a China, aunque generalmente se considera que el modelo que conocemos hoy deriva del siglo XV y es una evolución de un juego persa de características similares.

El ajedrez se considera un deporte en su versión de competición y también beneficia a todo el que lo practique, aunque sea como aficionado. Entre otras cosas, porque aumenta la memoria, la concentración, la creatividad y la lógica e incluso hay indicios de que ayuda a prevenir el alzheimer.

Aprender mediante el juego

El primer estudioso que atribuyó al juego la calidad de desarrollador de las funciones superiores del entendimiento -atención y memoria voluntaria- fue Vygotsky. El psicólogo ruso sentó las bases de la educación a través del juego; lo consideraba, por ser una “realidad cambiante”, un impulsor del desarrollo mental del niño: mediante él, de forma consciente, divertida y sin que suponga ninguna dificultad o esfuerzo, concentramos la atención, memorizamos y recordamos. Aún más importante: el juego ayuda a construir el aprendizaje y la realidad social y cultural, es decir, la comprensión de nuestro entorno.

Vygotsky diferenció dos tipos de fases evolutivas infantiles para el juego, de 2 a 3 y de 3 a 6 años. En la primera se aprendería la función real y simbólica de los objetos y en la segunda se construiría y representaría el mundo de los adultos a través de la imitación. Así, definió un tipo de juego concreto para esta última, que ayudaría a desarrollar no solo las capacidades cognitivas, sino también las afectivas y comunicativas: el juego imaginativo.

En este tipo de juego se crea una situación imaginaria, se asumen y presentan roles y se sigue un conjunto de reglas determinadas por dichos roles. Así, los niños adoptan papeles y siguen normas que exceden sus edades y posibilidades, lo que ayuda a que desarrollen el autocontrol, la imaginación, la internalización de su pensamiento y la comprensión de los símbolos y las emociones.

El ajedrez para los niños

El ajedrez es un juego que, por sus características, reúne todas esas condiciones; además, puede sacar a la luz habilidades latentes que no hayan sido desarrolladas por los medios educativos tradicionales: no solo promueve el pensamiendo lógico, sino que también infunde autoconfianza y autoestima y mejora las habilidades de comunicación comprensión y el reconocimiento de patrones y reglas.

Y aún hay más: el ajedrez puede enseñarnos los valores del trabajo duro, la concentración, la objetividad y el compromiso. Organizar concursos de ajedrez en los colegios también ayuda a promover la socialización, como han podido comprobar en algunas escuelas de Nueva York, donde se insta a que los estudiantes que llegan transferidos de otras escuelas participen en los torneos, ya que ayuda a que se adapten más fácilmente.

Los efectos del ajedrez se han estudiado a través de su instauración en los programas en muchas escuelas y sus beneficios son incontestables: desde la mejora del rendimiento académico hasta la reducción de problemas de comportamiento. Y es que lo que el ajedrez tiene que enseñarnos no se limita al aspecto intelectivo, sino que se extiende al humano y social. Así lo resumió Emmanuel Lasker, campeón mundial de ajedrez: “En el tablero de ajedrez, las mentiras y la hipocresía duran poco”.

 

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